Natalia era una niña hermosa, tenía unos ojazos azules y un precioso cabello rubio. Su único defecto era su boca. Desde pequeña nunca se había cuidado los dientes, por eso cuando creció tenía los dientes muy torcidos y picados. Al cumplir los 14 años tuvo que ponerse brackets. No quería enseñárselos a nadie, ni decir que los llevaba, pues estaba tan avergonzada que ya no reía y hablaba muy poco. Sus amigos se dieron cuenta de que algo le pasaba así que fueron a hablar con ella. Pero al preguntarle qué era lo que le pasaba, ella agachaba la cabeza, decía nada casi sin abrir la boca y salía corriendo.

Una mañana le tocó a ella salir a la pizarra a leer un poema, al empezar a leer intentaba no enseñar los dientes, pero una de las veces algo brilló en su boca y uno de sus compañeros más cotillas preguntó:

  • ¿Qué es eso que te brilla en la boca?

La chica bajó la cabeza, sus ojos se pusieron llorosos y salió corriendo de la clase. Llegó la hora del recreo y todos sus compañeros hablaron con Natalia, pero no como ella creía. No se rieron de ella ni la insultaron, todo lo contrario, le dijeron que estaba guapa y la apoyaron muchísimo.

Pasó el tiempo y todo su colegio ya sabía que ella tenía brackets y no pasaba nada, todo era como antes. Ni insultos ni risas ni nada relacionado con el aparto. Natalia creía tenerlo superado hasta que una tarde fue a ver un partido de fútbol a otro pueblo con sus amigas. Ella estaba sentada en las grada cuando unos niños se acercaron a ella y se empezaron a reír y a burlarse de su aparato. Sus amigas acudieron corriendo a defenderla, pero el daño ya estaba hecho. Natalia volvía a desconfiar y a avergonzarse de todos y cada uno de esos alambres que cubrían su boca. Ya no quería salir de su pueblo y de su casa salía poco, volvió a hablar poco y a no sonreír, a estar triste y no hacer nada.

Sus amigas la apoyaron al máximo y la hacían salir de su casa y reírse en público para que ella se diera cuenta de que llevar aparato era algo normal, que la gente no se sorprendía ni decía nada, ni siquiera la miraban.

Llegó el día de quitárselos. Natalia estaba feliz y nerviosa, deseosa ya de poder verse sin todos esos hierros en la boca, ver sus dientes y su rostros ya por fin libres, sin esa poca vergüenza que tenía en su interior. El dentista le quitó los aparatos y le puso un espejo delante. La niña se quedó sorprendidísima. Esa no parecía su boca, sus dientes eran prefectos, sin torceduras ni picaduras ni nada.

Al siguiente día, cuando llegó a  la escuela sonrió como no hubiera sonreído nunca y todos se quedaron boquiabiertos. Natalia se puso guapísima y ya se reía y hablaba como si nunca hubiese hablado, pero se arrepiente muchísimo de haberse avergonzado y de haberlos escondido cuando debería de haber dejado a un lado lo que la gente pensara o dijera, y haber ido con la cabeza bien alta. Porque ella tan sólo se estaba arreglado los dientes para tener una sonrisa perfecta… y lo consiguió.

TITULAR  Para lucir hay que sufrir

AUTOR  Alicia Morales López

CURSO 2º ESO

COLEGIO ADERSA VI Campofrío

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