Todos los días a las ocho de la mañana, cogía el autobús de la línea 10, el que tardaba trece minutos en llegar al centro de la ciudad.

Pepe Perea trabajaba como dependiente en una zapatería desde hacía cinco años. Era el encargado de colocar los nuevos pedidos por tipo, color, material, talla, incluso por orden alfabético según su marca y, por supuesto, los tenía perfectamente alineados en el escaparate y en las estanterías de la tienda.

Su vida estaba llena de ritos de clasificación y pulcritud.

Cada mañana se levantaba a las seis y veinticuatro minutos, tomaba una duda de siete minutos con el agua a la temperatura de 37ªC, se peinaba el pelo quince veces, perfectamente cortado cada veinticinco días, repasaba su afeitado poniendo especial énfasis en las patillas y la punta de la barbilla siete veces, cepillaba sus dientes durante dos minutos exactos. Revisaba sus brackets, que llevaba desde hacía 15 meses para corregir un colmillo extraño que “se salía de la fila” del resto de su dentadura y se vestía. Pantalón gris, camisa planchada a conciencia, después calcetines de rombos y zapatos negros cepillados la noche anterior. Y todo en ese orden.

Luego el desayuno…

Después, saliendo del portal de su casa, siempre con el pie derecho, se iba caminando hacia la parada del autobús que estaba a una distancia de 347 pasos y a esperar. Normalmente, un escueto “buenos días” al conductor del autobús, detalle de buena educación que le costaba cumplir cuando éste se retrasaba un minuto o dos. No llegaba a qué se podía deber el retraso siendo el primer autobús del día. Esas cosas le irritaban mucho y le condicionaban su carácter durante el resto del día.

Vamos, una joya de hombre…

El carácter de Pepe Perrea y su manera de actuar en los detalles cotidianos no era fácil de e tender pero lo mantenían en un frágil equilibrio que llenaban su existencia que había estado llena de frustraciones y desengaños.

Esta era la vida de Pepe Perea hasta que llegó ella. Pepa.

Pepa, Pepa, Pepa… todo en ella era armonía y Pepe Perea quedó prendado de ella desde el primer momento cuando la vio en el autobús. No podía dejar pasar la ocasión. Se armó de valor y la saludó muy educadamente con el propósito de hacerse el simpático:

  • Hola, buenos días. Me llamo Pepe, Pepe Perea, y nunca te había visto ene l autobús. Las chicas tan guapas no suelen levantarse tan temprano -bromeó.

Ella giró su cabeza, le miró y le dedicó una sonrisa. ¡Horror! Sus dientes eran como los de un tiburón, sus piños apelotonados dentro de su boca desentonaban con el resto de su cara, que hasta ese preciso momento le había parecido la de un ángel a Pepa Perea.

  • Hola, yo me llamo Pepa y la verdad es que no me suelo levantar tan temprano, pero hoy voy al dentista porque me van a poner los brackets para corregirme los dientes -dijo ella.

Pepe suspiró aliviado, no todo estaba perdido. Pepa tenía unos piños horrorosos pero con los brackets y paciencia le quedarían perfectos. Decidió proponerle salir a pesar del caos dental de Pepa, que hacía temblar el párpado del ojo izquierdo de Pepe Perea que aún continuaba sobresaltado. Quedaron en salir.

Pepe no se lo podía creer, estaba como flotando en una nube y tal como acostumbraba a hacer con todo, planificó al milímetro su primera cita para que todo saliera perfecto.

Pero nada de lo que hicieron en su primer encuentro salió según lo previsto por Pepe Perea. Pepa le hacía olvidar sus manías y rituales absurdos. Y él se dejaba llevar.

Después de su primera cita continuaron quedando para salir y poco a poco el carácter abierto y extrovertido de Pepa iba haciendo que las manías de Pepe Perea fuera cada vez a menos, incluso, animado por ella, Pepa Perea realizó cosas que siempre había deseado hacer pero a las que nunca se había atrevido.

Pepe Perea siempre había soñado ser detective privado y con la ayuda de ella se sacó el título de investigador privado por la Universidad de Villatrabuco en la modalidad on line y aspiraba a dejar algún día la zapatería donde había trabajado los últimos cinco años. Ya no sentía la necesidad de ordenar los zapatos por tipo, color, talla, orden alfabético de la marca…. algo había cambiado en él.

Dieciocho meses después, Pepa acudía  a la clínica dental para que le quitaran los brackets. Habían sido meses muy duros pero había merecido la pena.

Él la miró y suspiró de emoción. Ahora sí. Ahora sus dientes estaban correctamente alineados y su sonrisa era de modelo de revista, pero se detuvo frente a ella, la miró a los ojos y muy emocionado le dijo:

  • Pepa, me acabo de dar cuenta de que a pesar de tus piños amontonados y tu boca de tiburón, tu sonrisa siempre me ha parecido preciosa… y ahora, además perfecta…

TITULAR  La sonrisa de Pepa

AUTOR  Ignacio Javier González

CURSO 1º ESO

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