En un pequeño pueblo de la sierra de Madrid, vivía un niños con sus padres. Se llamaba Juan Nicolás Salguero, pero todos le llamaban Juan el conejo. Le llamaban así por sus pequeños dientes parecidos a los de los conejos, todos eran blancos y pequeños, a excepción de las paletas que eran de un tamaño enorme y adelantados hacia afuera.

El pequeño Juan siempre estaba con la boca cerrada, sin querer sonreír por vergüenza a las risas y burlas de loas demás. En el colegio se reían de él, le gastaban bromas y le hacían muchas travesuras, como ponerle en su pupitre un conejo vivo, dibujarle en la pizarras conejos enseñando los dientes y dedicados: para Juan el conejo. Todas estas cosas entristecían mucho al pequeño Juan. Cuando llegaba a su casa y se lo contaba a su madre se ponía a llorar y su madre también se ponía muy triste.

La madre de Juan, muy apenada, lo llevó al dentista del pueblo, el cuál diagnosticó que su hijo padecía una enfermedad conocida como “dientes de conejo” y que era imposible curarlo. Madre e hijo se marcharon muy apenados de la consulta pensando que toda la vida sería Juan el conejo.

De camino a su casa, su madre se hizo la promesa de no darse por vencida y empezó a buscar clínicas dentales en páginas informativas y llamando y exponiendo el caso de su hijo donde le pudieran ayudar. Un día la madre de Juan, muy desilusionada por no poder encontrar una clínica dental que pudiera ayudar a su hijo, decepcionada porque nadie entendía su problema, se fue a dar un pase al parque. Después de caminar durante un largo rato se sentó en un banco en el que habían dejado olvidado un periódico. Lo cogió para ojearlo y cuál fue su asombro cuando vio en sus página el anuncio: “Clínica Dentalvi. Solucionamos todos su problemas aunque sean muy asombrosos”. Cuando vio aquello se puso muy contenta, nerviosa corrió a su casa a concertar una cita urgentísima. Cuando se lo contó a su hijo, madre e hijo se abrazaron y empezaron a llorar y reír al mismo tiempo.

La cita no se la dieron hasta pasada una semana, durante la semana anterior al día de  la cita, madre e hijo estaban súper nerviosos y felices esperando el día. Cuando afortunadamente llegó ese día, Juan  y su madre se levantaron muy temprano, salieron a coger el autobús que les llevaría a la ciudad donde estaba la clínica. El viaje se le hizo interminable. Por fin llegaron, bajaron del bus, empezaron a aminar en dirección a la clínica Dentalvi, ambos iban con paso ligero como si llegaran tarde o les estuvieran siguiendo. En la clínica, una chica muy agradable le hizo pasar a la sala de espera con muchos libros y juegos divertidísimos, por lo que el tiempo de espera se le pasó enseguida.

Cuando le nombraron, madre e hijo se echaron a temblar, se levantaron de la sala y siguieron a la auxiliar que venía para acompañarlo. En la consulta se encontraba un hombre alto, corpulento, con voz grave que le dijo muy amablemente: “Siéntate aquí pequeño que voy a echar un vistazo a tus dientes”.  Al principio Juan tenía miedo, pero el médico le dijo: “¡No temas! Sólo quiero verte los dientes!”. El dentista le dijo: “abre la boca grande para que pueda verte bien todos los dientes”. Al chico se le quitó el miedo de repente e hizo lo que el médico le indicaba, abrió grande y se dejó examinar. Cuando terminó de examinarlo el dentista, lo felicitó. El médico dijo a la madre que efectivamente tenía un problema de retrasar la mandíbula superior para que todos los dientes se unieran a la misma altura y adelantar la inferior para que todo estuviera al mismo nivel. El tratamiento para hacer todo esto consistía en poner braquets a su hijo, duraría aproximadamente un año y el chico debería ir a consulta cada semana, por lo que el doctor aconsejó a la madre mudarse a la ciudad durante la duración del tratamiento.

La madre de Juan se asustó un poco per accedió con gusto por el bien de su hijo. A la semana siguiente, madre e hijo se mudaron a la ciudad a casa de unos parientes que estaban encantados de alojar a Juan Nicolás y a su madre.

En la primera semana de tratamiento le colocaron los braquets al pequeño Juan y cada cierto tiempo se lo iban ajustando de manera que los dientes poco a poco pudieran ir a su posición normal. El tratamiento fue un poco largo y a veces doloroso pero valió la pena.

Terminado el tratamiento llegó el día en el que el doctor le quitaría los braquets que había soportado durante un largo año. Esa noche no pudo dormir pensando cómo le habrían quedado sus dientes. Juan Nicolás se levantó muy temprano, despertó a su madre, desayunaron rápido y corrieron a la clínica. Juan era un manojo de nervios, no se podía imaginar cómo quedarían sus dientes.

El médico fue quitando uno a uno sus braquets, revisó, miró y remiró sin pronunciar una palabra. Juan estaba deshecho por los nervios cuando de repente le dijo: “Enhorabuena, Juan. Rus dientes están no perfectos, sino perfectísimos”. El pequeño no se lo podía creer y el médico le dio un espejo para que él mismo lo comprobase. Juan Nicolás no quería mirar, pero el doctor insistió: “¡mira, mira!”· Por fin el chico miró el espejo y no se lo podía creer, tenía todos sus dientes bien colocados. Se levantó del sillón y corrió a abrazar a su madre.

Madre e hijo agradecieron a la clínica y al doctor todo lo que habían hecho por ellos porque le había devuelto la sonrisa y las ganas de reír al pequeño Juan.

TITULAR  Juan el de los braquets

AUTOR  Juan Carlos Palau Santos

COLEGIO CEIP Maestro Rojas (Nerva)

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